EDUCACIÓN Y CULTURA- DIÓCESIS DE PEREIRA

PASTORAL EDUCATIVA

30 de septiembre de 2013

4o. Día del Novenario a Nuestra Señora de la Pobreza

Apreciad@s amig@s educadores:

Les espero hoy lunes, a las 6:00 P.M., en la Catedral de Pereira. Tendremos la celebración del 4o. día del Novenario en honor a Nuestra Señora de la Pobreza, y corresponde este día a los educadores y a la Vicaría de Educación de la Diócesis.

Meditaremos en esta oportunidad en María como la fiel que escucha de la Palabra de Dios y la pone en práctica. Demostremos nuestro amor a la Patrona de la Catedral y Patrona de la Ciudad de Pereira y oremos a la Virgen para que interceda por nuestras necesidades.

Dios les bendiga,
P. Behitman A. Céspedes De los R.

24 de septiembre de 2013

Eucaristía en el cuarto día de la novena a Nuestra Señora de la Pobreza.

La Vicaría de Educación y Cultura de la Diócesis de Pereira, invita a la Eucaristía en el cuarto día de la novena a Nuestra Señora de la Pobreza. 


Día: lunes 30 de septiembre 
Hora: 6:00 P.M. 
Lugar: Catedral de Pereira 


Agradecemos su participación.

13 de septiembre de 2013

La carta de Francisco a quien no cree

El Papa Francisco volvió a dar señales de apertura hacia los no creyentes y hacia otras religiones. Ahora le escribió una carta al fundador del diario La Repubblica, Eugenio Scalfari, que fue publicada en la portada del periódico con el título "El Papa: mi carta a quien no cree". En la misiva, el pontífice anunció que "ha llegado la hora de un diálogo abierto y sin preconceptos sobre la fe" y envió un fuerte mensaje de acercamiento al pueblo judío. "Nunca les estaremos lo suficientemente agradecidos, en tanto Iglesia pero también en tanto humanidad".


Estimado Dr. Scalfari, 

Con gran cordialidad, al menos a grandes lineas, quisiera tratar de responder a la carta que, desde las páginas de "la Repubblica", ha querido dirigirme el 7 de julio con una serie de reflexiones personales suyas, que luego ha enriquecido sobre las páginas del mismo periódico el 7 de agosto. 

Le agradezco, ante todo, por la atención con la que ha sabido leer la Encíclica "Lumen fidei". La cual de hecho, por voluntad de mi amado Predecesor, Benedicto XVI, que la concibió y en gran parte redactó, y de quien, con gratitud, la he heredado, está dirigida no sólo a confirmar en la fe de Jesucristo a aquellos que ya se reconocen en ella, sino también a abrir un diálogo sincero y riguroso con quien, como Usted, se define "un no creyente desde hace años interesado y fascinado por la enseñanza de Jesús de Nazaret". 

Creo que es sin duda positivo, no solo para cada uno de nosotros como individuos sino también para toda la sociedad en la que vivimos, que nos detengamos a dialogar sobre una realidad tan superior como la fe, que se basa en la enseñanza y la figura de Jesús. 

Pienso que existen, en particular, dos circunstancias que hoy día hacen necesario y precioso este diálogo, el cual constituye además, como es sabido, uno de los objetivos principales del Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII, y por el ministerio de los Papas quienes, cada uno con la sensibilidad y la contribución propias , han seguido desde entonces el camino trazado por el Concilio. 

La primera circunstancia - como se desprende de las páginas iniciales de la Encíclica - deriva del hecho que, a lo largo de los siglos de la modernidad, se ha asistido a una paradoja: la fe cristiana, cuya novedad e incidencia en la vida del hombre desde los orígenes se han expresado precisamente a través del símbolo de la luz, a menudo ha sido etiquetada como la oscuridad de la superstición que se opone a la luz de la razón. De este modo entre la Iglesia y la cultura de inspiración cristiana, por una parte, y la cultura moderna de matriz iluminista, por la otra, se ha llegado a la incomunicabilidad. Ha llegado la hora , y precisamente el Vaticano II ha inaugurado este ciclo, de iniciar un diálogo abierto y sin ideas preconcebidas que reabra las puertas a un encuentro serio y fecundo. 

La segunda circunstancia, para quien busca ser fiel al don de seguir a Jesús en la luz de la fe, deriva del hecho que este diálogo no es un accesorio secundario de la existencia del creyente: sino que es una expresión íntima e indispensable. Permítame que le cite a este respecto una afirmación de la Encíclica que considero muy importante: puesto que la verdad que la fe atestigua es la verdad del amor - e lee - "Se ve claro así que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro. El creyente no es arrogante; al contrario, la verdad le hace humilde, sabiendo que, más que poseerla él, es ella la que le abraza y le posee. En lugar de hacernos intolerantes, la seguridad de la fe nos pone en camino y hace posible el testimonio y el diálogo con todos." (n. 34). Es éste el espíritu que anima las palabras que hoy le escribo. 

La fe, para mí, nace del encuentro con Jesús. Un encuentro personal, que ha tocado mi corazón y ha dado un rumbo y un sentido nuevo a mi existencia. Y así mismo un encuentro que ha sido posible gracias a la comunidad de fe en la que he vivido y que a su vez me ha permitido acceder a la inteligencia de la Sacra Escritura, a la vida nueva que como agua fluyente brota de Jesús a través de los Sacramentos, a la fraternidad con todos y al servicio de los pobres, verdadera imagen del Señor. Sin la Iglesia - créame - no habría podido encontrar a Jesús, bien sabiendo que ese inmenso don de la fe reposa en la frágil vasija de arcilla de nuestra humanidad. 

Precisamente a partir de aquí, de esta experiencia de fe personal vivida en la Iglesia, () me encuentro a gusto escuchando sus preguntas y buscando, junto con Usted, las sendas que nos permitan, quizás, comenzar a andar un trecho del camino juntos. 

Me disculpo por no seguir punto por punto los razonamientos que Usted plantea en su editorial del 7 de julio. Me parece más fructífero - o digamos que me es más natural - ir directamente a la esencia de sus consideraciones. No entro tampoco en la modalidad expositiva de la Encíclica, en la cual Usted señala la falta de una sección dedicada expresamente a la experiencia histórica de Jesús de Nazaret. 

Observo solamente, para comenzar, que un análisis de este tipo no es secundario. Se trata en efecto, siguiendo por lo demás la lógica que guía el articularse de la Ecíclica, de centrar la atención en el significado de lo que Jesús dijo e hizo y, en última instancia, en lo que Jesús ha sido y es para nosotros. Las Cartas de san Pablo y el Evangelio de san Juan, a los cuales se hace particular referencia en la Encíclica, se basan en el sólido fundamento del ministerio mesiánico de Jesús de Nazaret que alcanza su culminación resolutiva en la pascua de muerte y resurrección. 

Por lo tanto, es necesario enfrentarse con Jesús, diría, en la concreción y aspereza de sus vicisitudes, tal como nos las narra sobre todo el más antiguo de los Evangelios, el de san Marco. Se constata aquí que el "escándalo" que la palabra y los actos de Jesús provocan a su alrededor derivan de su extraordinaria "autoridad": una palabra, ésta, registrada ya en el Evangelio de san Marco, pero de difícil traducción. La palabra griega es "exousia", que literalmente hace referencia a aquello que "proviene del ser", que se es. No se trata de algo exterior o de algo forzado, sino de algo que surge de dentro y que se impone por sí mismo. De hecho Jesús conmueve, desplaza, innova a partir - él mismo lo dice - de su relación con Dios, llamado familiarmente Abba, quien le confiere esta "autoridad" para que él la emplee en favor de los hombres. 

Así Jesús predica "como uno que tiene autoridad", cura, llama a sus discípulos a que lo sigan, persona... todas cosas que, en el Antiguo Testamento, son de Dios y sólo de Dios. La pregunta que recurre en el Evangelio de san Marco: "Quién es éste que...?", y que se refiere a la identidad de Jesús, nace de la constatación de una autoridad diferente de la del mundo, una autoridad que no tiene como fin ejercitar un poder sobre los otros, sino servirlos, darles libertad y plenitud de vida. Y esto hasta el punto de poner en juego la propia vida, de experimentar la incomprensión, la traición, el rechazo, hasta ser condenado a muerte, hasta caer en el estado de abandono en la cruz. Pero Jesús permanece fiel a Dios, hasta la muerte. 

Y es precisamente entonces - como exclama el centurión romano al pie de la cruz, en el Evangelio de san Marco - en el que ¡Jesús se muestra, paradójicamente como el Hijo de Dios! Hijo de un Dios que es amor y que quiere, con todo su ser, que el hombre, que cada hombre, se descubra y viva él también como su verdadero hijo. Esto, para la fe cristiana, está confirmado por el hecho de que Jesús ha resucitado: no para triunfar sobre quien lo había rechazado, sino para demostrar que el amor de Dios es más fuerte que la muerte, el perdón de Dios es más fuerte que cualquier pecado, y que vale la pena emplear la propia vida, hasta el final, para testimoniar este inmenso don. 

La fe cristiana cree esto: que Jesús es el Hijo de Dios que vino a dar su vida para abrirnos a todos el camino del amor. Por lo tanto tiene Usted razón, ilustre Dr. Scalfari, cuando ve en la encarnación del Hijo de Dios el quicio de la fe cristiana. Ya Tertuliano escribía "caro cardo salutis", la carne (de Cristo) es el quicio de la salvación. Por que la encarnación, es decir el hecho de que el Hijo de Dios haya venido en nuestra carne y haya compartido alegrías y dolores, victorias y derrotas de nuestra existencia, hasta el grito en la cruz, viviendo cada momento en el amor y en la fidelidad a Abbà, es testimonio del increible amor que Dios nutre por cada hombre, del valor inestimable que les reconoce. Por ello, cada uno de nosotros está llamado a hacer suya la mirada y la elección de amor de Jesús, a entrar en su modo de ser, de pensar, de actuar. Esta es la fe, con todas sus expresiones, puntualmente descritas en la Encíclica. 

* * * 

Siempre en el editorial del 7 de julio, Usted me pregunta además cómo entender la originalidad de la fe cristiana puesto que ésta se basa precisamente en la encarnación del Hijo de Dios, respecto a otros credos que en cambio giran en torno a la trascendencia absoluta de Dios. 

La originalidad, en mi opinión, radica precisamente en el hecho de que la fe nos hace participar, en Jesús, en la relación que Él tiene con Dios que es Abba y, bajo esta luz, en la relación que Él tiene con todos los demás hombres, incluso con los enemigos, bajo el signo del amor. En otros términos, la filiación de Jesús, como nos la presenta la fe cristiana, no nos ha sido revelado para marcar una separación insuperable entre Jesús y los demás: sino para decirnos que, en Él, todos hemos sido llamados a ser hijos del único Padre y hermanos entre nosotros. La singularidad de Jesús está dada por la comunicación, no por la exclusión. 

Sin duda, de ello también se desprende - y no es una nimiedad - la distinción entre la esfera religiosa y la esfera política, sancionada con aquel "Dad a Dios lo que es de Dios y a Cesar lo que es de Cesar", afirmado claramente por Jesús y sobre la cual, arduamente, se ha construido la historia de Occidente. La Iglesia, en efecto, esta llamada a sembrar el fermento y la sal del Evangelio, es decir el amor y la misericordia de Dios que alcanzan a todos los hombres, señalando la meta ultraterrena y definitiva de nuestro destino, mientras que a la sociedad civil y política le compete la dura tarea de articular y encarnar en la justicia y en la solidariedad, en el derecho y en la paz, una vida cada vez más humana. Para el que vive la fe cristiana, esto no significa fuga del mundo ni búsqueda de hegemonía alguna, sino servicio al hombre, al hombre todo y a todos los hombres, a partir de la periferia de la historia manteniendo siempre vivo el sentido de la esperanza que lleva a obrar el bien a pesar de todo y mirando siempre más allá. 

Usted me pregunta también, como conclusión de su primer artículo, qué decir a los hermanos hebreos a cerca de la promesa que Dios les ha hecho: ¿ Ha caído completamente en el vacío? Este es - en verdad - un interrogante que nos interpela radicalmente, como cristianos, porque, con la ayuda de Dios, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II, hemos redescubierto que el pueblo hebreo sigue siendo, para nosotros, la raíz santa de la cual Jesús ha brotado. También yo, en la amistad que he cultivado durante todos estos años con los hermanos hebreos, en Argentina, muchas veces en la oración he interrogado a Dios, especialmente cuando me venía en mente el recuerdo de la terrible experiencia de la Shoah. Lo que puedo decirle, con el apóstol Pablo, es que jamás se ha quebrantado la fidelidad de Dios a la alianza estrecha con Israel y que, a través de las terribles pruebas de estos siglos, los hebreos han conservado su fe en Dios. Y por esta razón, jamás les estaremos suficientemente agradecidos, como Iglesia, pero también como humanidad. El pueblo hebreo además, con su perseverancia en la fe en el Dios de la alianza, nos recuerda a todos, incluso a nosotros los cristianos, que estamos siempre a la espera, como peregrinos, del retorno del Señor y que por lo tanto debemos permanecer siempre abiertos a Él sin jamás atrincherarnos en lo que ya hemos alcanzado. 

Paso ahora a las tres preguntas que me hace en el artículo del 7 de agosto. 

Tengo la impresión de que, en las primeras dos, lo que le interesa es entender la actitud de la Iglesia hacia quien no comparte la fe en Jesús. En primer lugar, me pregunta si el Dios de los cristianos perdona a quien no cree o no busca la fe. Considerando que - y es la cuestión fundamental - la misericordia de Dios no tiene límites si nos dirigimos a Él con corazón sincero y contrito, la cuestión para quien no cree en Dios radica en obedecer a la propia conciencia. Escucharla y obedecerla significa tomar una decisión frente a aquello que se percibe como bien o como mal. Y en esta decisión se juega la bondad o la maldad de nuestro actuar. 

En segundo lugar, me pregunta si el pensamiento según el cual no existe absoluto alguno y por ende tampoco una verdad absoluta, sino solo una serie de verdades relativas y subjetivas, es un error o un pecado. Para comenzar, yo no hablaría, ni siquiera por lo que respecta a un creyente, de verdad "absoluta", en el sentido que absoluto es aquello que es inconexo, aquello que carece de toda relación. Ahora bien, la verdad, según la fe cristiana, es el amor de Dios hacia nosotros en Jesucristo. Por lo tanto, ¡la verdad es una relación! Tanto es así que incluso cada uno de nosotros percibe la verdad y la expresa a partir de sí mismo: de su historia y cultura, de la situación en la que vive, etc. Esto no significa que la verdad sea variable y subjetiva, todo lo contrario. Significa que la verdad se nos revela siempre y sólo como un camino y una vida. ¿No fue acaso el mismo Jesús el que dijo: "Yo soy el camino, la verdad, la vida"? En otras palabras, siendo en definitiva la verdad toda una con el amor, exige humildad y apertura para ser buscada, escuchada y expresada. Por lo tanto, es necesario aclarar bien los términos y, tal vez, para salir de los encajonamientos de una contraposición... absoluta, replantear a fondo la cuestión. Pienso que esta es hoy una necesidad imperiosa para entablar ese diálogo sereno y constructivo que tanto deseo y del cual hablaba en mis primeras líneas. 

Como último punto me pregunta si, con la desaparición del hombre sobre la tierra, desaparecerá también el pensamiento capaz de pensar a Dios. Sin duda, la grandeza del hombre radica en su capacidad de pensar a Dios. Es decir en su capacidad de vivir una relación consciente y responsable con Él. Pero la relación se da entre dos realidades. Dios - este es mi pensamiento y esta es mi experiencia, ¡pero cuántos, ayer y hoy, los comparten! - no es una idea, si bien altísima, fruto del pensamiento del hombre. Dios es realidad con "R" mayúscula. Jesús nos lo revela - y vive la relación con Él - como un Padre de bondad y misericordia infinita. Dios no depende, por lo tanto, de nuestro pensamiento. Además, aún si acabara la vida del hombre sobre la tierra - y para la fe cristiana, en todo caso, este mundo, así como lo conocemos está destinado a acabarse - , el hombre no acabará de existir y, de un modo que no nos es dado saber, tampoco el universo creado con él. La Escritura habla de "cielos nuevos y tierra nueva" y afirma que, al final, en el donde y en el cuando que se encuentra más allá de nosotros, pero hacia el cual, en la fe, nos encaminamos con ansia y espera, Dios será "todo en todos". 

Ilustre Dr. Scalfari, concluyo de esta forma mis reflexiones, suscitadas por lo que ha querido comunicarme y preguntarme. Recíbalas como una respuesta provisional, pero sincera y optimista, a esa invitación que me ha parecido vislumbrar de andar un trecho de camino juntos. La Iglesia, créame, no obstante su lentitud, sus infidelidades, sus errores y los pecados que pudo haber cometido y puede aún cometer en aquellos que la componen, no tiene otro sentido ni fin sino el de vivir y testimoniar a Jesús: Él que ha sido enviado por Abba "a traer a los pobres la alegre noticia, a proclamar a los prisioneros la liberación y a los ciegos la vista, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año de gracia del Señor" (Lc 4, 18-19). 

Con fraterna afinidad 

Francisco

EL GESTO MÁS ESCANDALOSO

15 de Septiembre
Domingo XXIV del tiempo ordinario
Lc 15, 1-10

El gesto más provocativo y escandaloso de Jesús fue, sin duda, su forma de acoger con simpatía especial a pecadoras y pecadores, excluidos por los dirigentes religiosos y marcados socialmente por su conducta al margen de la Ley. Lo que más irritaba era su costumbre de comer amistosamente con ellos.

De ordinario, olvidamos que Jesús creó una situación sorprendente en la sociedad de su tiempo. Los pecadores no huyen de él. Al contrario, se sienten atraídos por su persona y su mensaje. Lucas nos dice que “los pecadores y publicanos solían acercarse a Jesús para escucharle”. Al parecer, encuentran en él una acogida y comprensión que no encuentran en ninguna otra parte.

Mientras tanto, los sectores fariseos y los doctores de la Ley, los hombres de mayor prestigio moral y religioso ante el pueblo, solo saben criticar escandalizados el comportamiento de Jesús: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. ¿Cómo puede un hombre de Dios comer en la misma mesa con aquella gente pecadora e indeseable?

Jesús nunca hizo caso de sus críticas. Sabía que Dios no es el Juez severo y riguroso del que hablaban con tanta seguridad aquellos maestros que ocupaban los primeros asientos en las sinagogas. El conoce bien el corazón del Padre. Dios entiende a los pecadores; ofrece su perdón a todos; no excluye a nadie; lo perdona todo. Nadie ha de oscurecer y desfigurar su perdón insondable y gratuito.

Por eso, Jesús les ofrece su comprensión y su amistad. Aquellas prostitutas y recaudadores han de sentirse acogidos por Dios. Es lo primero. Nada tienen que temer. Pueden sentarse a su mesa, pueden beber vino y cantar cánticos junto a Jesús. Su acogida los va curando por dentro. Los libera de la vergüenza y la humillación. Les devuelve la alegría de vivir.

Jesús los acoge tal como son, sin exigirles previamente nada. Les va contagiando su paz y su confianza en Dios, sin estar seguro de que responderán cambiando de conducta. Lo hace confiando totalmente en la misericordia de Dios que ya los está esperando con los brazos abiertos, como un padre bueno que corre al encuentro de su hijo perdido.

La primera tarea de una Iglesia fiel a Jesús no es condenar a los pecadores sino comprenderlos y acogerlos amistosamente. En Roma pude comprobar hace unos meses que, siempre que el Papa Francisco insistía en que Dios perdona siempre, perdona todo, perdona a todos..., la gente aplaudía con entusiasmo. Seguramente es lo que mucha gente de fe pequeña y vacilante necesita escuchar hoy con claridad de la Iglesia.

José Antonio Pagola

4 de septiembre de 2013

V CONGRESO DIOCESANO DE EDUCADORES




V Congreso Diocesano de Educadores

La inversión es de $120.000, pero si cancelas durante este mes de septiembre solo pagarías $100.000

La inscripción incluye: almuerzos, refrigerios, material, memorias y certificado de asistencia al congreso.

¡Anímate y participa!

Precios especiales para estudiantes.

REFLEXIÓN AL EVANGELIO DEL DOMINGO PRÓXIMO

DOMINGO 23 DEL TIEMPO ORDINARIO /C

NO DE CUALQUIER MANERA

Jesús va camino de Jerusalén. El evangelista nos dice que le “acompañaba mucha gente”. Sin embargo, Jesús no se hace ilusiones. No se deja engañar por entusiasmos fáciles de las gentes. A algunos les preocupa hoy cómo va descendiendo el número de los cristianos. A Jesús le interesaba más la calidad de sus seguidores que su número.

De pronto “se vuelve” y comienza a hablar a aquella muchedumbre de las exigencias concretas que encierra el acompañarlo de manera lúcida y responsable. No quiere que la gente lo siga de cualquier manera. Ser discípulo de Jesús es una decisión que ha de marcar la vida entera de la persona.

Jesús les habla, en primer lugar de la familia. Aquellas gentes tienen su propia familia: padres y madres, mujer e hijos, hermanos y hermanas. Son sus seres más queridos y entrañables. Pero, si no dejan a un lado los intereses familiares para colaborar con él en promover una familia humana, no basada en lazos de sangre sino construida desde la justicia y la solidaridad fraterna, no podrán ser sus discípulos.

Jesús no está pensando en deshacer los hogares eliminando el cariño y la convivencia familiar. Pero, si alguien pone por 
encima de todo el honor de su familia, el patrimonio, la herencia o el bienestar familiar, no podrá ser su discípulo ni trabajar con él en el proyecto de un mundo más humano.Más aún. Si alguien solo piensa en sí mismo y en sus cosas, si vive solo para disfrutar de su bienestar, si se preocupa únicamente de sus intereses, que no se engañe, no puede ser discípulo de Jesús. Le falta libertad interior, coherencia y responsabilidad para tomarlo en serio.

Jesús sigue hablando con crudeza: “Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser mi discípulo”. Si uno vive evitando problemas y conflictos, si no sabe asumir riesgos y penalidades, si no está dispuesto a soportar sufrimientos por el reino de Dios y su justicia, no puede ser discípulo de Jesús.
No se puede ser cristiano de cualquier manera. No hemos de confundir la vida cristiana con formas de vivir que desfiguran y vacían de contenido el seguimiento humilde, pero responsable a Jesús.

Sorprende la libertad del Papa Francisco para denunciar estilos de cristianos que poco tienen que ver con los discípulos de Jesús: “cristianos de buenos modales, pero malas costumbres”, “creyentes de museo”, “hipócritas de la casuística”, “cristianos incapaces de vivir contra corriente”, cristianos “corruptos” que solo piensan en sí mismos, “cristianos educados” que no anuncian el evangelio...

CINE-CLUB JUAN PABLO II PRESENTARÁ: "PROFESOR LAZHAR"

En Montreal, una maestra de escuela primaria se suicida. Bachir Lazhar, un inmigrante argelino, fue contratado rápidamente para que la sustituyera a pesar de que todavía se estaba recuperando de una tragedia personal. Él llega a conocer a sus alumnos a pesar de la diferencia cultural evidente desde el primer día de clase y de su dificultad para adaptarse a las limitaciones del sistema escolar. A medida que los niños tratan de superar el suicidio de su antigua maestra, nadie en la escuela es consciente del doloroso pasado de Bachir, o de su precaria condición de refugiado. Su esposa, que era profesora y escritora, murió junto con su hija y su hijo en un ataque incendiario. Los asesinos estaban furiosos por su último libro, en el que señaló con el dedo a los responsables de la miseria social y económica en Argelia. De este libro proviene la frase elocuente dicha por el maestro de primaria: "Nada es realmente normal en Argelia".

Jueves 5 de septiembre - 7:00 p.m. 
Auditorio Juan Pablo II, calle 21 # 7-25, piso 3, detrás de la Catedral.
Entrada libre.
"Con el arte revivimos los valores de la fe"
Los esperamos.
 
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