Maestros por Vocación
"Magister", "maestro", alude a la expresión "magis" de la que provienen mayor, más, mayoría de edad; en síntesis, madurez. El maestro es aquel que ha vivido un recorrido y ha desarrollado unas facultades y, por ello, puede acompañar a otros, que están iniciando ese recorrido y están deseosos de aprender y de crecer.
Ese carácter de "magis", como se ha repetido a lo largo de estas reflexiones, no coloca al maestro en situación de superioridad ni significa arrogancia, autosuficiencia o soberbia. El "magis", el magister, la magistra, porque es sabio (a), prudente y servidor y servidor (a), tiene la madurez y la humildad que lo llevan a comprender que el aprendizaje es una tarea compartida, y que quien enseña aprende y también quien aprende enseña.
La vocación significa, en fin, que el quehacer del maestro está animado por un espíritu de servicio en el que ponemos lo mejor de lo que somos, sabemos y creemos. Además, comprendemos bien que con este servicio estamos participando en el proceso más decisivo y apremiante que debe acometer un ser humano: su propia vida, la construcción de su propio ser.
La tarea del maestro como un verdadero ministerio, que implica asumir su misión como una vocación, más allá de una profesión o una función. El magisterio, entonces, es una vocación, entendida ella como un llamado de la sociedad y más aún, en el contexto de la experiencia creyente, como un llamado de Dios: "vocare", "vocatio" significa que en el origen de la noble tarea del maestro está no simplemente una decisión motivada por el gusto, la opción profesional o, menos aún, por la necesidad de "ganarse la vida", como decimos usualmente en sentido pragmático, sino por una invitación, de la sociedad en sentido secular, y de Dios en sentido trascendente.
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