EDUCACIÓN Y CULTURA- DIÓCESIS DE PEREIRA

PASTORAL EDUCATIVA

26 de junio de 2013

LA ESPIRITUALIDAD DEL MAESTRO CATÓLICO

Lic. Diego León Franco Ruíz

Liceo Salazar y Herrera- Medellín

Realidad docente, un desafío espiritual.

La educación es uno de los pilares fundamentales para la construcción de una sociedad donde todas las personas sean valoradas como tales y nunca supeditadas a factores externos que distraen su atención o mal forman la concepción de lo humano, es así que se hace de la educación una actividad humana en el orden de la cultura gracias a su papel activo, crítico y enriquecedor; por ello que quienes están al frente de esta encomiable labor deben, por las razones ya mencionadas y los factores sociales tocantes a la guerra, el terrorismo y el narcotráfico, entre otros, que distraen el quehacer natural humano, velar para que la ella y quienes educan, padres y maestros, permitan la formación de la persona humana en orden a su fin último y al bien de las sociedades, de las que el hombre es miembro y en cuyas responsabilidades tomará parte en el futuro (Cfr. GE. 1).

Educar, entonces, no podrá jamás identificarse exclusivamente con instrucción, ha de asumirse como una acción humana que trasciende y ennoblece a quienes educan y son educados, convirtiéndolos en garantes de los verdaderos valores civiles, sociales, familiares y religiosos que soportan el desarrollo de la civilización y la defensa de los derechos humanos por encima de los intereses mezquinos de quienes se han propuesto desestabilizar el orbe con sus acciones bélicas y egoístas.

La educación en América Latina y, concretamente, en Colombia, amerita un minucioso análisis en todos los aspectos que se relacionan con ella, especialmente en lo tocante a las características humanas, espirituales y sociales de quienes, por vocación, han hecho de ella un estilo de vida capaz de transformar positivamente sus conciencias, además de llegar a lo más profundo de niños y jóvenes que anhelantes esperan una visión más clara de la realidad y unos elementos que le permitan transformarla para beneficio y realización comunitaria y personal.

Este cometido convierte al maestro en protagonista y eje central de una educación humanista, capaz de superar las malas enseñanzas de los medios de comunicación y las ideologías que los secundan. Su protagonismo ha de vislumbrarse desde la promoción humana integral e integradora, tanto en el plano personal como de aquellos que están bajo su tutela y cuidado. Se es maestro en la medida que la vida es donada, sacrificada y asumida como punto de partida para el crecimiento humano de las nuevas generaciones. La vida de un buen maestro es la semilla de una generación equilibrada y sostenida.

Los maestros tienen una gran responsabilidad personal, social y religiosa toda vez que el futuro de la sociedad y de la Iglesia, que son los niños y jóvenes están a la merced de sus criterios, experiencias y enseñanzas, pues cuando se educa se hace desde la persona, desde sus roles, actitudes, sus criterios, sus formas de pensar, es por ello que educar siempre será una labor sagrada porque se tiene la capacidad de incidir positiva o negativamente en quienes se educan.

Esta realidad “tan sublime” exige de quien por amor y vocación educa, un talante espiritual capaz de superar cualquier tendencia gobiernista o ideológica de una mala educación y hace de ella una experiencia evangélica y espiritual que dinamiza y robustece las acciones de los estudiantes, a quienes se les brindará la oportunidad de

distinguir lo bueno de lo malo, lo justo de lo permisivo, lo sano de lo dañino, lo humano de lo meramente instintivo. Esta manera de educar hace pensar en la espiritualidad del maestro y, concretamente del maestro católico, como una necesidad que aún no ha sido del todo satisfecha y de la que depende, en gran medida, el éxito de la educación, pues sin un adecuado soporte espiritual, se da en el maestro la posibilidad de hacer de la docencia una profesión, que como muchas otras sólo buscan el lucro y los beneficios personales. Así, quienes educan sostenidos en una experiencia espiritual loable, hace de ella un medio evangelizador y un instrumento de santidad, vocación ésta a la que todo hombre ha sido llamado por Dios y por la Iglesia desde el día de su bautismo.

La vida espiritual docente amerita la atención de todos aquellos que por razones de su oficio y respuesta al llamado de Dios ven en la educación el medio más idóneo para evangelizar, pues corresponde al maestro, desde su vida y testimonio, permitir que quienes les han sido confiados, descubran el camino de la salvación, la vida de Cristo y la asistencia para que este caminar hacia el Señor de la vida sea significante y alentador, además de fomentar hombres y mujeres capaces de hacer nuevas las cosas y experiencias de épocas pasadas, de tal manera que no repitan lo que los antepasados hicieron y mediante lo cual dejaron desconcierto y tristeza.

Hablar de espiritualidad docente es iniciar un camino que aún no se ha recorrido, donde se le permita al maestro descubrir su vocación como una manera de instaurar entre sus alumnos el Reino de Cristo del cual es parte y protagonista, así mismo podrá hacer de la educación una tarea tan digna como humana en la que se va construyendo continuamente con la ayuda de otras personas y de experiencias tan significativas como la oración y la vida sacramental.

Jesucristo, animador de la espiritualidad docente.

El desarrollo y crecimiento de la vida espiritual del maestro encuentra en Jesucristo su única fuente y razón de ser, no habrá otra motivación diferente a la vida, obra y mensaje de Jesús que pueda sostener y motivar las acciones, ideas y expresiones que caracterizarán el trasegar espiritual del maestro. Sólo Jesús, Maestro Divino, será el motor que impulsará la espiritualidad docente, porque sólo él es el camino que conduce al Padre: “Nadie va al Padre sino por mí”. (Jn. 14.6).

El maestro por su oración y vida sacramental será capaz de descubrir en Jesús, para él y para los demás, a la Vida: “Yo soy la vida” (Jn. 14), a la Verdad: “Yo soy la verdad” (Jn. 14.6), al Camino: “Yo soy el camino” (Jn. 14.6), a la Luz: “Yo soy la luz del mundo” (Jn. 8.12), a la Resurrección: “Yo soy la Resurrección y la vida” (Jn. 11,25) y al Buen Pastor: “Yo soy el Pastor” (Jn. 10,11) que conduce con pedagogía divina a todos los hombres hacia la casa del Padre.

Podrá también identificar en el Señor a aquel que abaló el decir con el hacer, pues habló y obró con autoridad y no como los falsos maestros de su tiempo que buscaban su gloria (Jn. 5,44) y no la de Dios. Jesús enseñó que su presencia entre los hombres respondía al deseo de Dios y vive para hacer lo que El quiere, por eso es libre y podía hablar de la verdad con autoridad. Así mismo, el maestro católico ha de ser un instrumento de Dios capaz de transmitir su amor con la misma autenticidad y originalidad con que Jesús lo hizo, para ello deberá como El, liberarse de cualquier tipo de poder: del poder político y hacerse servidor; liberarse del poder económico y hacerse pobre con los pobres, liberarse del poder religioso y hacerse testigo auténtico del amor de Dios que no tiene preferidos. De esta manera el maestro en su aula, en su colegio, en su familia y en la sociedad, podrá, al igual que el Señor, ser libre para liberar.

La espiritualidad docente conduce al maestro a ser libre en sus palabras para decir siempre la verdad; libre para hacer siempre el bien que su conciencia le dicta; libre para hacer en el dinero un medio y no un fin; libre de la codicia que oprime y es opresora; libre del egoísmo que opaca la solidaridad; libre del éxito que trae consigo la hipocresía, la mentira y la calumnia; libre de las glorias humanas que debilitan la presencia de Dios en los hombres.

El Maestro Bueno, Jesús, animará al maestro para que su vida, al igual que la suya, sea una respuesta a la coherencia de vida que debe caracterizar a todo aquel que ha visto en el Señor al que llama y envía sin prometer riquezas, poder y dinero, sino comunión de vida y de destino: “A ustedes los llamo amigos porque todo lo que oí de mi Padre se lo he comunicado” (Jn. 15,15).

La espiritualidad docente, una experiencia basada en la coherencia de vida.

La escuela católica debe potenciar una espiritualidad docente basada en la coherencia de vida. En ella el educador, como seguidor de Jesús de Nazareth, compromiso emanado de su bautismo, al asumir su proyecto de vida, que culmina en la cruz, tiene que prolongar con sus acciones y ejercicio docente la dinámica de la encarnación y hacer memoria del Misterio Pascual de Cristo. Prolongar hoy la encarnación de Jesús, es arriesgarse y convivir, haciendo suyos los problemas concretos de los alumnos para ayudarles a dar una respuesta que puede y debe esperar un hijo de Dios. Actualizar la vida de Jesús es cooperar en la transformación del mundo, expresando en su conducta el espíritu de las Bienaventuranzas.

Cuando el educador católico conmemora la muerte de Jesús, se despoja de todos los asideros que impiden entrar en la nueva vida. “El morir lento” del educador apóstol en la escuela, su hogar, le permite ser generador de nueva vida para los demás. Y al revivir la resurrección de Jesús afirma en los alumnos y deja nacer en ellos al testigo del poder de Dios y al profeta de la alegría y la esperanza, animándolos como lo hizo San Pablo con su pupilo Timoteo: “Que nadie te desprecie por ser joven. Mas bien trata de ser el modelo de los creyentes por tu manera de hablar; tu conducta, tu caridad, tu fe y la pureza de tu vida”. (Itm. 4,12).

La vida del docente voluntariamente consagrada al servicio de la educación, es una señal inequívoca del poder de Dios y de la esperanza de quienes se educan, además para que este mundo esclavizado por la ambición, el poder y el placer, encuentre en Jesús Resucitado una manera nueva de ser. Todo esto, expresado desde un carisma dado a la Iglesia para la educación, se convierte en el contenido fundamental de esa espiritualidad docente fundada en la coherencia de vida.

Coherencia, es pues, esa larga marcha hacia la plenitud a la que continuamente está llamado el hombre, el cristiano, el educador, a pesar de los tropiezos y de las constantes y necesarias rectificaciones. Es una tarea permanente de integración y de armonía, de responsabilidad en avanzar hacia el cumplimiento de la misión que se le ha confiado a todo aquel que hace de la educación un elemento vital en la formación humana y cristiana de los pueblos.

Desgraciadamente los valores oficiales de nuestra sociedad no son los valores que dirigen la vida de los hombres. La fraternidad, la libertad, la esperanza y la compasión, entre otros, frutos de una tradición humanista y religiosa, se han ideologizado y ya tienen muy poca fuerza para motivar. Se ha impuesto el canon de la industrialización y mandan la utilidad, la eficacia, el triunfo, el éxito y la competitividad. Estos son los axiomas inconscientes que están influyendo poderosamente en la conducta humana.

Sin duda, el desajuste entre una y otra escala de valores que tanto entorpece la integración de la persona y de la comunidad social, se está dejando sentir en nuestra vida. Es en esta realidad donde el educador católico, haciendo eco de su espiritualidad, puede orientar a quienes educa desde los valores que se desprenden del evangelio, creando un máximun de conciencia evangélica y compromiso social desde la inquebrantable fidelidad a la vocación docente como un llamado de Dios y camino de santidad.

Experiencias espirituales.

La espiritualidad docente parte y se fundamenta en la adhesión plena y total a Jesucristo y a su Iglesia. No podrá generarse una experiencia espiritual paralela, con matices que desdicen o rechazan el pensamiento católico, donde con corrientes sincretistas se desdibuja la doctrina y las enseñanzas del magisterio de la Iglesia que por siglos se han convertido en el sustento de tantos hombres y mujeres que hoy están en los altares.

Este camino de fe debe asumirse como un proyecto de vida en el que gradualmente el maestro configurará su vida con Cristo a quien debe asumir como único modelo, para ello debe procurarse un director espiritual que con su acompañamiento y asesoría le indicará los pasos a dar en este camino; así mismo, deberá comprometerse con el anuncio de la Palabra de Dios en cada uno de los ambientes donde se desenvuelve, especialmente en la escuela, allí su vida, sus palabras y acciones serán el evangelio que niños y jóvenes leerán y podrán asumir como propio.

Ha de tenerse en gran estima, además, la práctica de los sacramentos, de manera especialísima la Penitencia y la Eucaristía, de esta manera orientará su proceder al querer de Dios que perdona sus pecados y lo alimenta con el cuerpo de su Hijo, para que fortalecido, asuma la santidad sus estudiantes con el mismo ahínco que en su momento lo hiciera San Juan Bosco.

La participación en la pastoral parroquial será otro elemento que ayudará al fortalecimiento de la espiritualidad docente, por su compromiso bautismal, el maestro verá en la parroquia y en las diversas actividades pastorales que allí se realizan, otros medios propicios para configurar su vida a la de Jesús a quien ama y sirve.

Finalmente la espiritualidad del maestro es una tarea que debe asumirse con interés y responsabilidad, corresponde, entonces, a Obispos, Sacerdotes, Rectores y, de manera especial, a los mismos Maestros, agotar todos los medios posibles para que este incipiente proyecto se desarrolle adecuadamente en procura de la santidad del maestro y del adecuado ejercicio de su labor, en ella, como instrumento de Dios, podrá transmitir a otros, con su vida y ejemplo, las maravillas del señor de la Vida, de tal manera que pueda cumplirse en él lo que la Sagrada Escritura enseña a todos los hombres que sin temer a ninguna amenaza adoran a Cristo y están siempre dispuestos a justificar con sus obras la esperanza que los anima, haciéndolo con sencillez y respeto, como quien tiene la conciencia en paz. (Cf. I Pedro 3,15-16).

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
Blogger Templates