¡NO TEMAS, VIVE LO QUE ERES!
El próximo 10 de febrero celebramos el domingo V del T.O. La liturgia de la Palabra nos propone, en la tercera lectura, un pasaje del Evangelista Lucas (Lc 5, 1-11).
“No temas”: es el saludo habitual con el que, en la
Escritura judeocristiana, la Divinidad se acerca a los seres humanos, como si
se reconociera que el miedo constituye una de nuestras señas de identidad.
Sobre todo, el miedo ante aquello que nos resulta nuevo y, en particular,
desbordante.
Pues bien, frente a tantos miedos, nos hace bien escuchar en
lo hondo de nuestro corazón: “No temas”. No solo como un consuelo fácil, sino
porque resuena con verdad. Aun incluso cuando hemos sido dañados en nuestra
confianza, sigue habiendo un lugar en nuestro interior que vibra ante esa
palabra y, lo que es más importante, nos asegura que es verdadera.
Sabemos que es verdadera porque, cualquiera que sea la
situación que nos toca vivir, podemos descansar en lo que es. Experimentamos
que el Fundamento último de lo Real es fiable, digno de confianza, y constituye
una roca sólida en la que hacemos pie, incluso aunque a nuestra mente le falten
todas las respuestas a sus preguntas interminables.
Porque esta confianza se mueve en otro registro, distinto
del puramente mental. No es el resultado de un razonamiento, mucho menos de un
control sobre las circunstancias; se trata, por el contrario, de una
experiencia directa, no-mediada por la mente, y que se hace presente justamente
cuando el razonamiento calla.
Solo con esa confianza podemos acoger y seguir la invitación
de Jesús: “Rema mar adentro”. Salir de la rutina, de la instalación, de lo
viejo conocido…, para adentrarse en la profundidad siempre nueva de la vida.
Las religiones tienden, por su propio carácter, a
“cosificar” e incluso “momificar” el mensaje recibido: de ese modo, la novedad
de la intuición original se transforma fácilmente en institución petrificada,
que no despierta gozo ni produce vida.
La profundidad a la que nos invita la palabra de Jesús
–“rema mar adentro”- no se halla lejos, ni tiene que ver con ningún sueño
alucinatorio. Es un nombre distinto para hablar de la Presencia. El presente es
siempre nuevo y fresco, lleno de riquezas insospechadas y nunca tiene fin.
Sal de los mensajes reiterativos de la mente que, como cinta
grabada, repite siempre los mismos contenidos, y ven, una y otra vez, al
momento presente, hasta que tu propio “yo” se diluya en él.
Ese es el “mar adentro” que nos da miedo: el lugar de la
novedad, en el que no podemos controlar, donde incluso se ve modificada la
percepción habitual de nuestra identidad.
Ciertamente, desde ese “mar adentro”, las cosas se ven de
manera diferente, y eso es lo que nos permitirá salir de nuestras acostumbradas
reacciones egoicas.
Sabemos bien cómo reaccionamos desde el ego: cómo vivimos,
desde él, nuestro trabajo, nuestras relaciones, nuestros compromisos… Cuando,
por el contrario, al venir al presente, nos situamos en la Presencia que somos
y dejamos de percibirnos como “yo”, todo se ha modificado. Experimentamos, con
sorpresa y con gozo, que otra manera de ver y de vivir es posible.
Es ahí donde podemos “echar las redes para pescar”, es
decir, donde es posible favorecer la vida de las personas (“pescar” = sacar a
las personas del mar/mal a la tierra/vida = ayudar a vivir).
Porque las transformaciones profundas no vienen de
propósitos, ni de ningún tipo de voluntarismo, sino que nacen de la
comprensión: cuando vemos, cambiamos. Porque cambiar no es alcanzar alguna meta
que se halle alejada, o cargar con algún peso añadido; cambiar es salir de la
superficialidad para vivir, sencillamente, lo que somos en profundidad. Pero
eso requiere que lo veamos.
Al verlo, la vida se ilumina, el miedo se transforma en confianza,
y, como Jesús, nos hacemos servicio para los demás.
Enrique Martínez Lozano
www.enriquemartinezlozano.com
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