EDUCACIÓN Y CULTURA- DIÓCESIS DE PEREIRA

PASTORAL EDUCATIVA

10 de abril de 2013

KERYGMA: FE Y CONVERSIÓN



¿COMO VIVIR LA VIDA DE DIOS?

La respuesta de Pedro fue sencilla: crean en Jesús, conviértanse de sus pecados, y, entonces podrán vivir la vida del Hijo de Dios resucitado. Fe y conversión es lo que necesitamos. Jesús salva, pero el medio por el cual esa salvación llega a nosotros es la FE (Rom. 5,1-2 ; He. 10,43). Esta fe, que es un don de Dios (Ef 2,8) es, al mismo tiempo nuestra respuesta a la iniciativa de Dios.

CREER: ACTO LIBRE E INTELIGENTE

Quien llega a creer sabe bien que no fue un descubrimiento hecho por él, que no fue una conquista de su voluntad para unirse a Dios. Si observa su fe, el creyente siente la experiencia vivida de que Dios estuvo y está presente con su iniciativa e intervención. Sabe que fue Dios el que se le acercó y lo llamó. Ve que todas las señales eran dirigidas con una intención. Como una muchacha, una vez que oye la declaración de amor y comienza el noviazgo, redescubre otras muchas señales de amor que le dio el chico y que ella interpretaba como meros actos de caballerosidad. El creyente ve ahora que muchos acontecimientos que llamaba casualidades, eran señales de Dios que se aproximaba. Ve que cuando comenzó a creer, Dios ya se había infiltrado en su ser por la gracia que hizo posible que aceptase a Dios como era, aunque no lo entendiese. Cuando Pedro hace un acto de fe explícita, reconociendo en Cristo al Hijo de Dios, oye estas palabras sobre el origen de su fe: (Mt. 16,17).


LA CONVERSION


La forma más concreta como se manifiesta la fe es mediante la conversión y para alcanzarla es necesario mostrar a Jesús el lado oscuro de nuestro ser. Mercurio es el planeta más cercano al sol. Por esta razón se pensaría que su temperatura es altísima y su calor incandescente. Pero esto no es del todo cierto, porque la parte que no da cara al sol es fría y oscura. Sólo cuando el planeta da vuelta sobre su propio eje y vuelve la cara al sol, ésta se calienta y se vuelve luminosa. Del mismo modo hay cristianos que están muy cerca de Dios pero permanecen fríos y en tinieblas porque no basta estar cerca de El; sino que hay que presentarle la cara oscura y tenebrosa para que El la ilumine y transforme.
La conversión es más profunda que un simple cambio de conducta, es una transformación total de la vida, es un “nacer de nuevo”. Un cambio de conducta puede tomar mucho tiempo; con mayor razón, la conversión demanda tiempo y gran fuerza de voluntad. Es un cambio gradual que obedece a una firme determinación que recibe la ayuda indispensable del Espíritu Santo que habita en cada uno de nosotros. Es el quien nos levantará en cada batalla perdida y el que nos alimentarla con la esperanza.
La fe en Cristo muerto y resucitado nos llevará a morir con El para resucitar con El. Esta fe que transforma es la que cree todo lo que viene de Dios. Un famoso equilibrista tendió una cuerda entre las azoteas de dos rascacielos ubicados a 30 metros de distancia el uno del otro con el fin de pasar caminando sobre ella. Antes dijo a la multitud expectante: “Me subiré y cruzaré sobre la cuerda; pero necesito que ustedes crean en mí y confíen que lo voy a lograr”. – Claro que sí, respondieron todos. Subió por el ascensor y ayudándose de una vara de equilibrio logró cruzar de un edificio al otro. Bajó nuevamente y dijo a la multitud que le aplaudía emocionada: “Ahora volveré a pasar pero sin la ayuda de la vara. Por tanto, más que antes, necesito su confianza en mí”. La gente le vitoreaba y aplaudía llena de asombro. El equilibrista subió y por segunda vez completó la hazaña. Nuevamente descendió y frente a la multitud les dijo: “Ahora pasaré llevando una carretilla. Necesito más que nunca que crean en mí”. La gente guardó silencio y nadie hablaba. De pronto sólo una persona empezó a gritar: “Sí, sí, yo creo en ti; tú puedes. Yo confío en ti”. El equilibrista le contestó: “Si de veras confías en mí, vente conmigo y sube a la carretilla”.
Cuando en verdad creemos en Jesús, somos capaces de dejar toda seguridad terrena, de abandonar todo lo que El nos pida y subirnos a su cruz con la plena confianza que seremos salvos y alcanzaremos la verdadera felicidad. Es esta fe la que finalmente nos lleva a la conversión total.

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